
Nuestros pies dejaron de pisar tierra colorada en San Ignacio. Llegamos cuando el sol abandonaba el pueblo y sin indagar mucho sobre posibles alojamientos. En un instante ya estábamos en la posada que se encuentra frente al boulevard principal. A tres cuadras de lo que sería la excursión del día siguiente. El cansancio arrastrado de los días vividos nos hizo cenar a las siete de la tarde y soñar desde las ocho. Al despertar comimos unas recalentadas medialunas y partimos para las ruinas. Numerosos puestos de artesanos empezaron a rodear nuestro paso. Tejidos, comidas, vasijas y mucha gente ofreciéndonos su arte.
La entrada a la reducción daba pocos indicios de la fotografía que íbamos a ver después. El recorrido empieza en un sitio cerrado con distintos utensilios, maquetas, figuras, inscripciones. Luego la fotografía sobre nuestras retinas. Es difícil describir las sensaciones que nos rodean en ese momento de contemplación. Las ruinas todavía irradian esa energía con la que se movió su pueblo.

San Ignacio Miní fue fundada originalmente en 1610 por los padres José Cataldino y Simón Masceta en la región del Guayrá, junto a otras reducciones más. En el año 1631 fueron asoladas por los bandeirantes o mamelucos (cazadores de esclavos), salvándose del asedio únicamente San Ignacio Miní y Nuestra Señora de Loreto, pueblos que emigraron en 1632 y se establecieron a orillas del río Yaberibí. San Ignacio se estableció en 1696 en el sitio donde hoy se encuentra. Al igual que las otras reducciones fue destruida en el año 1817 por los paraguayos pero fue restaurada en 1940.
Un guía nativo del pueblo nos acompañó todo el recorrido. Éramos sólo tres. Un privilegio.
Nos contó con toda pasión la historia de su tierra. Todos los guaraníes trabajaban. Una parte de lo que se producía se destinaba a las familias y la otra se utilizaba para sostener los gastos de la iglesia, la educación y la cultura. Los trabajos rurales los hacían los hombres, además de tareas de carpintería, enseñanza de oficios y otras artes. Las mujeres cuidaban a los niños, cocinaban, hilaban y tejían.

La arquitectura corresponde al barroco colonial o americano. La estructura partía de un centro que era la plaza, en la cual sobresalía la iglesia, que se complementa con la residencia de los padres, colegios y talleres. Las viviendas y el cabildo a los laterales de la plaza y luego las
tierras de cultivo.

Pero no todo lo que reluce es oro. Tras esa organización ejemplar se esconde el oscuro objetivo. La acción conquistadora y colonizadora española en América. Evangelización de los pueblos indígenas. Tierra colorada. Tierra de sangre derramada.